El valor d’editar. Setmana de l’edició independent a la Llibreria Calders Núvol (12.03.15)
Editorials independents
Aquesta setmana la Llibreria Calders acull un cicle de converses entre editors independents. Sota el lema El valor d’editar, la llibreria acull cada vespre a les 19.30h un debat que us anirem explicant aquí gràcies a les cròniques de la llibretera Isabel Sucunza. Vet aquí la tercera entrega sobre la trobada celebrada el dimecres 11 de març amb Valeria Bergalli(Minúscula), Ester Andorrà (LaBreu), Jordi Raventós (Adesiara), Donatella Iannuzzi(Gallo Nero), Víctor Gomollón (Jekyll&Jill), Luigi Fugaroli (La Fuga).
Editorials independents
La intención de la librería convocando esta mesa redonda era poner a hablar entre sí a editores que habían montado sus editoriales con los que creíamos que eran objetivos parecidos -trabajar al margen de grupos grandes con intención de diferenciarse de ellos y de hacerse un hueco en un mercado que parecía ya copado, mediante un catálogo coherente y de calidad-, en momentos con un contexto económico muy diferente. Tanto Minúscula como LaBreu llevan ya más de diez años de actividad, Adesiara se fundó hace siete, Gallo Nero y Jekyll&Jill tienen cinco y cuatro años respectivamente y La Fuga ha empezado a funcionar hace cuatro meses escasos. Queríamos que hablaran entre ellos y que contrastaran experiencias a través de las cuales podríamos saber cómo ha evolucionado el entorno reciente del negocio editorial.
El crecimiento desmedido de los grandes grupos editoriales que se inició a mediados de los 90 y que empezó a dejar un hueco que llenar con buena literatura fue el factor que hizo que Valeria Bergalli viera la necesidad de crear una editorial como Minúscula: “los grandes grupos empezaron a mostrar una tendencia acusada hacia la literatura mainstream; tanto los grandes grupos como las editoriales medianas, que quisieron entrar en competencia con ellos. No había propuestas diferentes; faltaba una propuesta fuerte de algún sello que hiciera una cosa distinta. Yo echaba en falta entrar en una librería y encontrar cosas que me llamaran la atención: Minúscula nació para llenar este vacío.”
LaBreu, que empezó con poesía, vio poco después que faltaban editoriales que publicaran narrativa traducida al catalán; así que se decidieron a lanzar su colección ‘La intrusa’. Dice Ester Andorrà que les costó hacerse hueco en un principio, “pero con los años y, seguramente, con la crisis también, tanto librerías como medios se han hecho más asequibles; al principio algunos nos daban con la puerta en las narices. Que se hayan abierto a lo nuevo está muy bien, pero tampoco hay que ser naif al respecto: ahora todo el mundo está más abierto a cualquier cosa que crean que pueda vender.” El caso de Jordi Raventós (de Adesiara) es peculiar: publican escritores en activo, como Xuan Bello; traducciones de clásicos contemporáneos, como T.S. Elliot…, pero su colección best seller particular es la de clásicos de la antigüedad: “Recuerdo un librero que, cuando le fuimos a presentar la editorial y le dijimos que publicábamos clásicos, nos dijo: ‘malament’; cuando encima le dijimos que en catalán, nos dijo: ‘més val que plegueu’. Ahora es la colección que más vendemos.”
Libros que llaman la atención, literatura que no se traduce, clásicos por los que ya nadie apuesta… Donatela Iannuzzi, de Gallo Nero, tiene su particular explicación de por qué, inintencionadamente, se generó el hueco que propició el nacimiento de editoriales que apostaban por este tipo de literatura tachada en su momento como invendible: “Todas las pequeñas somos fruto de un error de cálculo de las grandes: se les escapó que no se puede vender un libro como si fuera un yogur, metiendo mucho ruido, porque hay un lector-lector, que es a por el que hemos ido las pequeñas; y es, además, el que ahora se ha demostrado que no está desapareciendo.” Víctor Gomollón, de Jekyll&Jill, ve en este hecho un deber por parte del editor: “Sabiendo eso, te impones una responsabilidad: a veces la publicación de un libro se decide al margen de lo que piensas que va a vender; el critero que te vale es el de ‘este libro es muy bueno y tiene que salir’. A veces aciertas y otras no, entonces es cuando te vienen ideas perversas del tipo ‘voy a intentar controlar al lector con la tipografía, con el diseño…, para conseguir que se lo lea’”, siempre desde el convencimiento y con la conciencia tranquila, de que lo que estás ofreciendo es bueno.” Luigi Fugaroli, de La Fuga, ha constatado, en el poco tiempo que lleva en activo, que la diferencia entre las grandes y las pequeñas es que “las grandes, al apartarse de todo lo que no sea rentable, hacen mucho trabajo en el momento de lanzamiento del libro; si ven que no funciona, lo abandonan en seguida; las pequeñas, en cambio, lo hacemos antes y después.” “Es que manda el marketing” –ha comentado Iannuzzi-: el marketing se ha colado hasta en las sinopsis de las contraportadas de los libros, con palabras que saben que venden.” Andorrà ha hablado de la relación personal del editor pequeño con todos los implicados en la edición de un título: con el autor, con el traductor, con el corrector… Bergalli le ha dado la razón: “Yo, a veces, he deseado tener más recursos, pero, de lo que tengo, intento sacar riqueza; y esa riqueza es precisamente el vínculo con el libro: lo elijo yo, sigo la traducción, sigo la corrección…”
Han hablado también de distribución: “Nos interesa estar en el Carrefour”, ha respondido Bergalli a alguien que le ha sugerido que quizás las pequeñas pecaran un poco de snobs, “tengo un catálogo con ambición fuerte que quiero que llegue a todos los lectores; y tengo una lucha para convencer a mi distribución de que algunos de mis libros pueden estar en Carrefour. Es sorprendente que en un país con un índice de lectura tan bajo, haya una oferta tan extensa; esto se traduce en que el reto para los que publicamos sea crear lectores; yo les reprocho a los grandes grupos que no sepan hacer esto; que no hagan ellos esta tarea que a nosotros nos va grande: que no pongan todos sus recursos para crear, por ejemplo, una colección digna de ir a los colegios.”
El debate ha desembocado en la consabida contraposición cultura-espectáculo. Todo el mundo –público y ponentes- quería intervenir; se han creado tantas conversaciones paralelas que era imposible entenderse al final. Hemos decidido –y así es como acaban las mejores mesas redondas y este ha sido el gran triunfo de hoy- que mejor seguíamos en un bar.
Isabel Sucunza, El Núvol (12.03.15)