entrevista a Anna Carreras ENCÉN EL LLUM a CatalunyaPress (12.05.17)

Anna Carreras: “El mundo occidental del siglo XXI teme las historias de mujeres liberadas”

Anna Carreras (Barcelona, 1977) es una de las voces más destacadas de la actual literatura catalana. Todo empezó con ‘Camisa de foc’ (Empúries, 2008), ‘Tot serà blanc’ (Lleonard Muntaner, 2008), ‘Unes ales cap a on’ (A Contravent, 2011), ‘Ombres franceses’ (El cep i la nansa, 2016) i ara ‘Un francés a medianoche’, traducción al castellano de ‘Encén el llum’.

En él, introduce a una chica de occidente, en el S.XXI, Blanca, que lee compulsivamente el libro ‘Las enseñanzas sexuales de la Tigresa Blanca’, de Hsi Lai, y lo sigue a rajatabla. Éstas eran un grupo de mujeres taoístas, una antigua sociedad secreta, que promovía el sexo oral como una práctica que absorbe la energía sexual masculina y la inmortalidad espiritual.

En ‘Un francés a medianoche’, Carreras habla del sexo, del deseo y de feminismo. En CatalunyaPress hablamos con ella para que nos cuente más de esta nueva novela.

El título en castellano es ‘Un francés a medianoche’ y en catalán ‘Encén el llum’. ¿Por qué este cambio de nombre? 

Cada idioma tiene sus posibilidades. Las palabras atraen palabras y significados. En catalán, Encén el llum, más allá de su significación mecánica, sugiere la idea de acceso al conocimiento, de iluminación en un sentido místico. En castellano, esta doble lectura no existía. Enciende la luz sólo denotaba el acto mecánico de darle al botón. Por eso, junto con el editor decidimos darle un nuevo título, mucho más ambiguo y cachondo a la vez.

¿Has hecho tú misma la traducción? ¿Es la única diferencia entre ambas versiones? 

En efecto: yo misma he realizado la traducción. Ha sido un viaje interesante. Versionar y traducir la propia obra es muy difícil. Hace falta distanciarse del texto y crear un producto nuevo como si fuera de otro autor. Cada libro merece la perfección. Releerse es agradable, traducirse consiste en enriquecer el texto, adaptarlo a la cadencia y a la música del nuevo idioma. La diferencia entre ambas versiones radica justo en eso: dar forma al mismo mundo narrativo desde el punto de vista de un nuevo lenguaje. En castellano, quizás más retórico, menos depurado que en catalán.

‘Un francés a medianoche’ es tu sexta novela y la tercera en poco más de un año. ¿Cómo se explica tanta productividad?

No tiene explicación racional. Es de libro en libro como se llega al libro que quieres hacer. Durante algunos años, y de manera pública, me he dedicado a la traducción de novelas italianas juveniles y de adultos, y a la crítica literaria y artística en varios medios de comunicación. Eso no significa que mi creatividad estuviera en punto muerto: los libros seguían escribiéndose, pero no tenía necesidad de publicar. Por una serie de casualidades, todo este magma que yacía en el cajón, ha visto la luz en poco tiempo. Y estoy muy agradecida a los editores y a los lectores.

Entre la primera novela y esta última, ¿cómo describirías la evolución de Anna Carreras como escritora? ¿En qué ha evolucionado?

Desde mi antepenúltima novela, Ombres franceses (El Cep i la Nansa Edicions), que en junio aparece en castellano bajo el título de Penumbra en París, me planteé un nuevo camino comunicativo y consciente hacia la sencillez expresiva a través de una economía de recursos que me abriera al público. Después vino Fes-me la permanent, una novela que también constató este nuevo lenguaje primordial que no es nada más que la escritura del deseo. La evolución radica en no quedarse en el plano de la expresión, sino en avanzar hacia la comunicación, sin filtros retóricos ni alardes innecesarios, y plantearme: ¿a mí qué tipo de libro me gustaría leer? Mi literatura ha evolucionado hacia la sinceridad, el riesgo i la humanidad.

En ‘Un francés a medianoche’ se explota de forma muy evidente el deseo. ¿Crees que las personas actuamos siempre movidos por deseo? 

¡Al contrario! Hoy parece que expresar amor, deseo o ternura sea cosa de lerdos, de cursis, de antiguos o de personas débiles. Pero si el deseo cesara, la Tierra dejaría de girar. El deseo es uno de los motores que mueve el mundo, y en consecuencia uno de los motores que define a la condición humana, tan compleja y contradictoria. El sexo está en el cerebro, es una investigación, una exploración de los límites, una vía de conocimiento e incluso una creación artística. El protagonista de este libro es el magnetismo del sexo. El deseo es vital, sí. Y este libro invita al lector a liberar su deseo. Vivimos un siglo de malheridos emocionales. La sociedad tiene miedo a enamorarse.

¿Por qué las Tigresas Blancas? Puede parecer, a priori, una idea difícil de entender por el mundo occidental del siglo XXI. 

Escribir literatura de ideas consiste, siempre, en realizar una investigación previa. Documentarse para que un libro sea algo más que un principio, un nudo y un desenlace. Siempre me ha interesado crear un puente entre dos soledades. En este caso, la secta china de las Tigresas Blancas me permitía trasladar una parte muy pequeña de la tradición oriental antigua al siglo XXI y a Occidente. Blanca, la protagonista, lee compulsivamente el libro ‘Las enseñanzas sexuales de la Tigresa Blanca’, de Hsi Lai, y lo sigue a rajatabla. Ha sido una investigación de más de cinco años sobre este grupo de mujeres que se alejaban de la ortodoxia. La exploración del mundo de las tigresas blancas, con sus evidentes obstáculos (realidad/ficción, páginas web peligrosas, confusiones con el mundo de la prostitución y las geishas…) ha sido mucho más arriesgada que en otros proyectos. El mundo occidental del siglo XXI teme las historias de mujeres liberadas con vidas sexuales que se escapan de los estereotipos. Ese es el problema.

¿Qué ha llegado antes: la idea o el personaje? 

Primero llegó la idea, el magnetismo del sexo. Después la investigación sobre este grupo tan alejado de nuestros días. Finalmente la pregunta: ¿Qué pasaría si cogiéramos a una chica de este grupo y la dejáramos caer en Occidente y en el siglo XXI? Y llegó Blanca, una Beatriz impertinente y maniática que se muerde las uñas y comete las equivocaciones del principiante. Es humana y contradictoria. No es puta, ni tampoco geisha. Es una tigresa blanca del siglo XXI. Una chica de veinticinco años que vive en una ciudad cualquiera y que se toma su tarea como un acto sagrado basado en el clásico “mens sana in corpore iuvenes”.

En ‘Ombres franceses’ también hay una parte oriental destacada. ¿Crees que Occidente debería valorar y conocer mejor las costumbres orientales? 

Para Juliette de ‘Ombres franceses’ y para Blanca de ‘Un francés a medianoche’, la cultura oriental es la apología del sosiego, del pequeño detalle, del erotismo bello, de la sensualidad más sinestésica. De la calma y la narración precisa: Blanca aplica la misma transcendencia cuando escribe y cuando remata un francés. Occidente es el territorio de la prisa, la aceleración, la fragmentación y la ansiedad. El libro tiene una parte crítica importante: en Oriente meditan y practican origami, en Occidente nos atiborramos de ansiolíticos. Aquí nos tragamos lo que sale en la tele, lo que propone la publicidad, las cremas milagrosas antiedad. Allí aceptan felices vivir cada edad como toca, sin las neurosis de Occidente ni cárceles autoimpuestas. En el sexo, oriente se desvincula de la mecánica horizontal: no sólo es un medio para procrear.

Haces referencia implícitamente en el capítulo ‘Cero’ a la trilogía de ‘Cincuenta sombras de Grey’. ¿Qué opinión te merece como “novela erótica”?

Mi opinión es que esta bazofia no es “novela” ni es “erótica”. Es simplemente un producto comercial de masas que trata al lector como si fuera deficiente. Esta trilogía no excava en lo más hondo de la verdad. Quien escribe, busca dar forma a su mundo, busca entenderse, busca dar verdad a sus lectores. Prefiero el erotismo a la pornografía, la sugerencia antes que la exhibición, la luz anaranjada de un pub por encima del fluorescente del quirófano. La construcción de fábulas antes que la transcripción de un diario sin interés. La literatura, buena o mala, siempre es una metáfora.

¿Por qué esta temática? ¿Es necesario romper moldes en cómo ve el sexo la sociedad? 

La tradición del erotismo en narrativa catalana (con la excepción de ‘Les relacions virtuoses’ de Marc Romera i de ‘158′ de Dani Alba, ambos hombres hasta día de hoy) se clasificaba en cuatro grupos absolutamente marcados: imitaciones del castellano, referencias al mundo agrario (metáforas manidas hasta la extenuación con pepinos y alcachofas), cursilería o pornografía. Mi libro pretende encender una nueva vía, un tipo de literatura erótica que, sin ser pornográfica, trabuca la idea del sexo occidental como mecánica horizontal: “No somos robots ni nos dan una galleta como premio”. Y es que no ha actuado en mí, en ningún momento, la exigencia de construir, sobre una base genital, historias de amor. Aquí se persigue algo más interesante. Quizás es una investigación más cercana a Catherine Millet o Anaïs Nin, ambas francesas y escandalosas, con la gran diferencia de que ellas no pusieron filtro a su autobiografía. El problema está ahí, en los moldes, las etiquetas, el peso aún demasiado exagerado de las cruces, el pecado y el castigo divino. El sexo como acto sagrado, esa es la intención.
El feminismo de la novela, la revancha después de tantos años de sumisión…

El escritor Sebastià Portell Clar, soltó la siguiente afirmación: “Encén el llum es una novela feminista”. Después de mi estupefacción inicial, Portell, que tiene un máster en Construccion y Representacion de Identidades Culturales, explicó de manera brillante que mi libro es feminista (entendiendo que no hay un solo feminismo, sino muchos) porque aunque no cuestione las concepciones binarias del género ni las estructuras sociales relativas a la sexualidad, sí resignifica las prácticas sexuales a través de la palabra. Es decir, a través del lenguaje propone una manera de entender el sexo más allá de roles estáticos, binarios (activo-pasivo, emisor-receptor, etc.). Blanca absorbe, pero también regala. No sé si la palabra exacta sería revancha, pero lo que sí sé es que la invasión masculina se interpreta como una señal de audacia, pero la invasión femenina (si no está comandada por los hombres) desorienta y automáticamente se tilde de pérdida de feminidad, exceso, perversión, anomalía y otras sandeces por el estilo.

Además, hay que tener en cuenta la tradición católica de Occidente…

Nuestra generación aún arrastra los conceptos de castración e insensatez que viene de la cultura católica. ‘Un francés a medianoche’ es la historia de una mujer liberada que tiene unos roles de comportamiento establecidos desde hace siglos por esta tradición católica castrante, insensata, prohibitiva, asfixiante en la que, dicho breve y mal, el sexo sólo sirve para tener descendencia y se llama “hacer el amor”. Todo lo que se aleja de ese objetivo es pecado, suciedad, pornografía, vicio y enfermedad. El libro convierte el sexo en lenguaje. Las minorías eróticas siempre se han clasificado dentro del grupo pobre de las perversiones o las anomalías. De modo erróneo, se ha pensado que no eran expresiones sanas de la sexualidad. Pero las minorías eróticas no son amorales, y este es el problema: la amenaza constante de la moral, sobre todo aquí, en Occidente. Una moral poco desinteresada que confunde. De ahí la importancia capital del personaje dual de la madre de Blanca, una especie de voz en off que restringe pero también la guía.

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