«Cada uno puede hacer la lectura que quiera, pero quien desee encontrar luz lo hará porque la hay. Este libro no representa mi estado porque, de hecho, lo escribí precisamente en un momento muy luminoso de mi vida. El otro día alguien me dijo que si era oscuro era porque veía bien, y es verdad. Si no hubiera tenido luz, si no hubiera visto bien, no podría hablar con propiedad de la oscuridad. Lo digo medio en broma, pero lo cierto es que quiero desmitificar la caricatura que asimila o correlaciona autor y obra». En este sentido, el autor lamenta que esté tan extendida la confusión entre el yo poético y el autor, pues «no tienen nada que ver, son cosas diferentes, por lo que es una lectura un poco restringida».
En cuanto a la oscuridad, las tinieblas del poemario también evocan los orígenes del mundo, de la palabra. De hecho, los primeros versos arrancan con la pregunta de dónde estaba la palabra antes de que existieran los primeros vocablos. «Quiero creer que el universo es cíclico, que no lo sé, pero parece que así es. Y, si es realmente cíclico, antes de la luz hubo oscuridad y, después de esta, volverá a haber luz. Así que esa oscuridad puede hacer referencia a un futuro inmediato, pero también a un pasado muy remoto. Al final, es un mismo momento: todo desaparece, cuando algo está a punto de nacer», razona.
El lenguaje, pues, es clave. «Es que la poesía es lenguaje. Tampoco lo sé hacer de otra manera. Otro abordará la poesía de otra forma, que será muy lícita, pero yo no sé. Yo lo hago desde el lenguaje, la experimentación, la búsqueda de los propios límites, en la que me pregunto cómo resignificar las palabras y dar contextos, explorar los límites de cómo las usamos para comunicarnos de manera llana y referirnos a cosas concretas y conocidas para generar un mundo nuevo, para hacer crecer el mundo que conocemos», sugiere. «La poesía sirve para crear imágenes que puedan hacer viajar más allá del universo tangible y conocido, expande la imaginación para viajar hacia ideas y espacios que no conocemos».
En cuanto a la estructura de Fosca negra, que también es una «locución muy usada en Mallorca para referirse en la oscuridad más negra de todas, la que podríamos encontrar en medio del campo o cuando vamos a buscar caracoles», el autor divide el poemario en dos partes. La primera, que incluye 22 de los 24 poemas, se titula Grill, pues es un insecto «constante» dentro de la oscuridad, que «acompaña», mientras que la segunda, Òliba, se conforma tan solo de dos poemas o «píldoras», porque es un pájaro nocturno «muy difícil de ver, casi episódico y más oculto». Asimismo, es un pájaro que, según señala, los romanos usaban para hacer predicciones, algo que también sobrevuela todo el poemario.
Con todo, el escritor es consciente de que explicar la poesía condiciona: «Hay un frágil equilibrio entre lo que puedes decir del libro para que la gente lo encuentre mínimamente interesante para que quieran acercarse a él y el hecho de no querer condicionar al lector para que cada uno haga su propia lectura». Y es que, para Martínez Grimalt, el poema ya está escrito, pero en realidad termina cuando alguien lo lee, «termina con el conocimiento y bagaje de cada lector, con sus experiencias y el momento vital que atraviese».
Además de poeta, Grimalt es investigador, dramaturgo –también miembro de la compañía Corcada Teatre– y guionista. A esos diferentes géneros le sumará otro nuevo el año que viene, cuando publique su primera novela. «Estoy convencido de que escribir poesía me ayuda a escribir teatro, no creo que sean impedimentos el uno del otro, sino al revés. Cambio de lenguaje con tanta frecuencia que es difícil encasillarme en uno», admite.